A Mohedas, como a todas las cosas bellas, hay que mirarlo despacito, como quien quiere saborear algo poquito a poco.

Y en la medida en que se nos va descubriendo nos iremos dando cuenta del gran pueblo y mejor gente que ante nosotros tenemos. Y no decimos esto porque estas líneas vayan destinadas al viajero o visitante que aún no lo conoce, que también, sino que precisamente quieren hacer ver a aquellos hombres y mujeres de Mohedas la lozana y fresca hermosura de nuestro pueblo y su entorno y que, quizá por tenerlo tan a la vista, todavía muchos no hayan sido capaces de descubrir.

Tantas veces pisamos sus calles, vamos tantas y tantas veces a los mismos sitios que no vemos todo lo que Mohedas nos ofrece. Quizá todo consista en mirar con los ojos bien abiertos, con los ojos del corazón, en mirar tranquilamente y escuchar, si, también escuchar. Escucha y te hablarán aquella estrecha y retorcida calle, los muros de aquella casa, la chimenea humeante, aquella ventana con su vieja reja de hierro, aquel arroyo cantarín que se precipita a una charca, el viento que mueve un mar de espigas doradas o la imponente sierra que todo lo ve.

Por encima del caserío, guardiana centenaria, se yergue la esbelta torre de su iglesia parroquial. Abajo sus calles corren a izquierda y derecha, suben y bajan en continuo zigzagueo, en movimiento perpetuo, no acaban ni aquí ni allá.

Y allá a lo lejos, elevándose majestuosa por encima de todo, la Sierra de Altamira, ayer desnuda de la jara que alimentaba la lumbre y hoy vestida de verde pino y engalanada con los mantos de mil colores que la primavera o el otoño ofrecen.

Recorriendo nuestra pequeña geografía apreciaremos también en ella esos contrastes que antes mencionábamos: a cerros como la Fuente Santa, San García, Colorado, Quemado, Cabrón, Molino, Corchuelo, la Mata, los Duques, Castillo, las Atalayas, se alternan valles como la Mula, Crespo, Santiago, Valdetrojes, etc. y cañadas como la del Alba, Cañadaliendre, Cañadanaranjo, de los Yerros, Cañadagamones, de la Posada, Cañadalaparra, etc.

En nuestro recorrido veremos cercados que se levantaron para proteger los incipientes cultivos de los animales. Son las cercas, que también tienen su correspondiente nombre:la cerca del Pozo del Concejo, de la Oliva, de la Virgen, de Guerra, de las Prioras, de los Ciruelos, de la Hidalga, de los Perales, del Callejón, de la Sacristana, etc. Cercados que protegían aquellas viñas de excelentes vinos, en su totalidad perdidos, cuyos nombres han permanecido para recordarnos que en el pasado los mohedanos fueron viticultores de primerísima fila: la viña del Calderón, la viña Redonda, la viña del Hospital, la viña de los Pulidos, la viña de la Madrona, etc.

Relación prolija en cuanto a los nombres, pero necesaria de apuntar para que muchos de ellos no caigan en el olvido. Si hemos querido tener un documento que recogiese las mejores y más antiguas imágenes de Mohedas, entendíamos que tampoco debían quedar olvidados aspectos, que muchas veces por suerte, han llegado hasta nosotros por otros conductos.

Así que lo dicho, hay mucho que ver, oir y sentir en este pueblo. En ti está descubrirlo para mejor disfrutarlo.